Esta frase, dicha por el director Peter Greenaway (1942) en una entrevista, resume en pocas palabras lo que para él deviene el séptimo arte. Si alguien concibió Hollywood como la fábrica de sueños, el cine de Greenaway puede ser considerado como una estetizante cinta transportadora de pesadillas. Afirmar que estamos ante un artista barroco resulta insuficiente. Greenaway no es sólo barroco. Es directamente bizarro, que sería algo así como salpimentar el barroco con grandes dosis de crueldad y cinismo.
Historias descarnadas y personaes ambivalentes, éstos son sus puntos de apoyo. Sus films nos introducen en las obsesiones más oscuras, en los instintos menos edificantes. Shakesperiano a tope, Greenaway muestra al ser humano en todo su relieve, compleo, contradictorio, sublime a veces y rastrero en no pocas ocasiones, benigno y maligno a partes iguales, víctima de manías y paranoias inconfesables... Un cosmos retorcido de ambiciones, pasiones y egocentrismos. Una telaraña visual que se tee poco a poco y atrapa al espectador deándolo inmovilizado delante de la pantalla. La plasticidad: he aquí la verdadera fuerza de sus películas. En el cine de Greenaway cada fotograma se percibe como un cuadro. Y cada film suyo es susceptible de ser interpretado como una pinacoteca en continuo movimiento.
Perfeccionista hasta la médula, lo que diferencia el trabao de este director de otras propuestas cinematográficas, igualmente densas y poco optimistas, es por encima de cualquier otra consideración la manera tan característica de narrar el argumento. La aportación de este cineasta al séptimo arte es básicamente formal. Greenaway (que antes de director fue pintor, editor y camarógrafo) inventa un lenguae cinematográfico dónde importa más la "forma" que el "fondo". Un lenguae premeditadamente liberado de la tiranía lineal del guión y los convencionalismos, muy en la onda de la postmodernidad, movimiento artístico que recoe los restos del naufraio de las vanguardias históricas, los deposita en una coctelera y los reinterpreta con un discurso culturarizante y fragmentario, en el que prima la sofisticación, los significados ocultos y las metáforas por encima del naturalismo narrativo.
No hay vuelta de hoa. Los resultados de Greenaway son elitistas a propósito. Como espetaría él mismo, para multitudes ya existen los estadios deportivos. Un director que opina sin reparo alguno que el lenguae cinematográfico de Scorsese, Spielberg o Almodóvar está obsoleto, no puede agradar a la mayoría del gran público, ni a nivel moral, ni a nivel estético. Y sin embargo el punto de partida conceptual del cineasta galés no está exento de razón. Si se considera el cine como un arte, ¿por qué no se le ha de permitir las mismas estrateias, disgresiones y compleidades que aceptamos con naturalidad en la pintura, literatura o música contemporáneas?
Este interés por convertir el cine en un vehículo de libre expresión artística se patentiza con especial fuerza en "El vientre de arquitecto", film que Greenaway diriió en 1987. En las primeras escenas contemplamos al arquitecto americano Storuley llegando a Roma, acompañado de su esposa Louise, para colaborar en el montae de una exposición dedicada al artista francés Etienne Louis Boullée, célebre por sus tratados de arquitectura y por sus proyectos visionarios. Al poco de instalarse en la ciudad, Storuley (gran interpretación de Brian Denneby) empieza a sentir unos extraños dolores de estómago, que coinciden con la infidelidad de su esposa con un arquitecto italiano rival, lo cual le lleva a sospechar que está siendo envenado sin compasión.
Lo que podría haber sido sólo una apreciable trama de "film noir", bao la batuta de Greenaway se transforma en un profundo análisis fílmico sobre el sentido de la desaparición. Que se eliiera Roma como telón de fondo de la historia no es ninguna casualidad. A parte de la admiración no disimulada que Greenaway profesa por Fellini, el hecho de situar los hechos en la capital italiana era una manera de otorgar perspectiva milenaria a la reflexión. Storuley, profesional del "nuevo mundo", oriinario de un país como Estados Unidos con apenas doscientos años de bagae histórico, vive su drama particular en una de las urbes más influyentes de la Antigüedad. La presencia constante de ruinas y monumentos arqueolóicos nos remite a la nostalia por un esplendor perdido, que el mundo de hoy parece no poder sustituir.
En uno de los momentos clave del film, Storuley sostiene entre sus manos una postal de la estatua del emperador Augusto. Obsesionado por los dolores crecientes que padece, el arquitecto americano repara en el volumen y la forma del estómago del césar romano. Consigue una fotocopiadora, y bao el haz de luz verdosa de la máquina, amplia sucesivamente la postal hasta conseguir que el estómago de la estatua se vea a tamaño natural. Storuley, a continuación, superpone la fotocopia a su propio vientre para comprobar lo que ya intuía: que el emperador romano quizás fue envenado por su esposa igual que él lo está siendo ahora.
El protagonista, con este esto desesperado e inútil, intenta establecer un vínculo emotivo con los hombres del pasado. Consciente de que su fin está próximo, incapaz de asumir la idea de la desaparición, el arquitecto busca la complicidad de los que murieron antes. Cada estatua que ve por sus paseos por la ciudad, cada estómago pétreo, le recuerda su propia dolencia. Ante la inminencia de la muerte, la feria de las vanidades que ha sido su vida se desvanece. Nada tiene sentido, sólo la piedra, los monumentos, la obra que sobrevive al propio autor y a los propios retratados, porqué la piedra (el arte en definitiva) es más fuerte que la carne. Storuley representa la zozobra espiritual del hombre moderno. Un hombre con afán de posteridad, encerrado en un cuerpo grueso y perecedero.
Como ya es habitual en la filmografía de Greenaway, la historia se adereza con multitud de detalles y referencias culturales, sólo aptos para navegantes avisados. La música, esta vez compuesta por Wim Mertens en lugar del inefable Michael Nyman, también es un elemento determinante a la hora de describir el "paisae" psicolóico de todo lo que ocurre. "El vientre de un arquitecto" es una de las películas más existencialistas de Greenaway y tal vez la que meor exhibe su amor por las Bellas Artes.
La mirada del director galés desarrolla una auténtica poética de la arquitectura, en donde Roma aparece como la gran vertebradora del argumento. No sólo por ser el lugar concreto de la acción, sino porqué se diría que es un ente vivo y celular, cuya presencia embriaga con la maia de sus edificios y sus reveladores vestiios del pretérito. En este film Roma se presentifica más que nunca como "la ciudad eterna" ante lo efímero de la existencia humana. Una Roma plagada de monumentos, palacios, termas, catacumbas, alcantarillados... Vientre urbano, sedimentado de civilizaciones y de historia, mucho más poderoso e inmortal que el fráil vientre de un arquitecto americano.
Eduardore.
2 comentarios:
me pregunto si ollywood no deberia escirbirse en este sagrado sitio precisamente así, "ollywood", ya que pronunciado en su idioma de orien, el sonido de su primer sílaba nos remite al de la maldita ota.
Yo no aplicaría castigo en esta oportunidad, pero hermanos odidos abalies moados, tened mas cuidado!!
M
perdón.
Si me equivoqué es porque amás en mi amarga vida se me hubiera ocurrido pronunciar frase alguna en lenguae imperialista.
Para mi what es uat, because se dice because y no bicous, y bush simplemente se dice hioeputa, que es lo único que me atrevería a traducir.
Para todo lo demás, tengo mi propio idioma y desconozco como se pronuncian las cosas en idioma de bombardeaniñosenhospitales, por lo que, seguramente, mi error persistirá en el tiempo.
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